2/06/2006

La dirección de escena de Wozzeck en el Liceu


Cuando uno presencia el Wozzeck que nos ha ofrecido Calixto Bieito en el Liceu no puede dejar de experimentar una cierta sensación de deja vù. Automáticamente uno recuerda aquellos fantasiosos mundos apocalípticos diseñados en la era analógica, como la magnífica y aterradora ciudad soñada por Fritz Lang en su obra maestra Metrópolis.

Algunos han justificado la postura del director arguyendo que el expresionismo desfiguraba la realidad para mostrar su lado más salvaje, como en aquellos mutilados de Grosz (que encuentran un magnífico paralelismo en las figuras del capitán y el doctor) o en los decorados de Wierne para su Gabinete del doctor Caligari. Pero lo cierto es que la generación de Berg conoció las aberraciones de la militarización y la guerra (el propio compositor tuvo experiencia en el ejército), y esa deformación era perfectamente asumible para una generación pauperizada y alienada por la Gran Guerra. En cambio, las autopsias en vivo, los trabajadores viviendo en containers rodeados de desechos químicos (cuando no arrastrándose por el suelo comiendo vísceras humanas), el sexo con cadáveres, los niños atacados por una leucemia imparable y el Tambor Mayor convertido en un Elvis decadente poseen una muy lejana relación con la realidad palpable e, incluso, imaginable.

Quizá al director de escena le hubiera interesado más trasladar la ópera al tristemente célebre barrio de Las Barranquillas, pero estos nuevos Wozzeck no existen, ni para los nuevos capitanes, doctores o Tambores Mayores, ni para ningún miembro, como él, del flamante “progresismo de salón”.