6/27/2006

Luisa Fernanda en el Teatro Real

Qué lleva a un hombre a ver Luisa Fernanda. Ésa es una buena pregunta. Pero todavía es mucho más difícil responde a otra: qué lleva a un teatro como el Real a programarla. Eso sí que es difícil.

Cuando uno ve los debates y diatribas que en el siglo XIX se daban en relación a la ópera nacional puede comprobar que la situación no ha cambiado tanto. Por lo que se ve, parece forzado y obligatorio demostrar la grandeza del arte patrio y el amor al terruño, y siempre recurriendo a la misma expresión chabacana de la cultura y la historia de la música española.

La historia de Luisa Fernanda viene a ser algo así: Luisa Fernanda quiere a José, un soldado trepa que ha llegado a coronel. Dada su nueva situación, el gachó responde a los halagos de una miembra de la aristocracia y, claro está, Luisa Fernanda, no puede en sí de rabia contra el Antiguo Régimen y toda la opresión que conlleva. Así que convence a Vidal, un extremeño de pura cepa (por lo noble y lo calzonazos) para que se una en una revolución contra la Corona y así acabar con la preponderancia de la duquesa y recuperar a su hombre. Vidal obedece y, ¡hala!, venga a revolucionar y venga a morir gente. Pero todo acaba en fiasco y a Luisa Fernanda no le queda otra que irse a vivir con Vidal a la linda Extremadura. Allí todos los labradores aparecen reunidos alrededor del patrón en juegos y algarabías varias (se ve que la Guardia Civil había hecho bien su trabajo) anunciando la boda de Vidal y Luisa Fernanda. Pero aparece José, y la heroica heroína reconoce que lo sigue queriendo. Al final, Vidal la manda a freír espárragos con gran amargura y ella parte al exilio por fin con su hombre.

Ante un argumento tan solemnemente burdo sólo podía corresponder una música que tiene bastante de ramplona y chabacana, y aunque algunos números puedan ser salvados de la quema el resultado final es bastante mediocre, especialmente si la comparamos con las obras contemporáneas (más o menos) a ésta (se estrenó en 1932) que ha puesto en escena el Real este año: Desde la casa de los muertos y Diálogo de carmelitas.

Para culminar lo cutre-salchichero (y españolisísimo) de la función, la dirección de escena correspondió a Emilio Sagi que, aunque mejorando bastante su estándar y sin llegar a los niveles de mal gusto que mostró en El barbero de Sevilla, nos presentó una escena carente de imaginación, llena de elementos arbitrarios y recursos ramplones (el uso del blanco y el negro, las sombrillas, etc.). La orquesta fue espantosa, absolutamente plana, sin ninguna chispa, ofreciendo una continua sensación de agotamiento. Pese a que respeto profundamente a López-Cobos, desde luego no fue ésta su noche. Por lo que se refiere a los cantantes, la valoración es muy desigual. Las tres sopranos, Pierroti, Montiel y de la Merced, regular. José Bros, en cambio, estuvo magnífico y Plácido Domingo estuvo bastante bien (extremadamente bien diría teniendo en cuenta su edad y circunstancias varias) en el papel de ¡barítono!

Afortunadamente, el camino de vuelta lo hice en compañía de John Coltrane…