Uno se pregunta, y lo hace año tras año, por qué demonios los dos únicos (únicos, sí) festivales de música contemporánea de Salamanca se hacen simultáneamente y con la misma ausencia de publicidad. El martes tuve que tomar una dura decisión y, dado el estancamiento en mis negociaciones con Dios para obtener el don de la ubicuidad (pese a que declaré un alto el pecado permanente), tuve que elegir entre el réquiem de Fauré, un concierto con obras de Cage y Varése y uno de lied alemán con obras de Strauss, Korngold, Mahler y Berg. Al final me fui al último, que me hacía andar menos, la acústica del auditorio es algo mejor y sabía que no iba a ir ni Dios (con lo que evité un desagradable encuentro y toda una tanda de reproches mutuos).
El concierto estuvo bien, pese a las chapuceras hojas con los textos donde no se podían ver las traducciones de los lieder de Strauss, y el público, escaso pero selecto, lo agradeció.