Asistí el viernes pasado a un concierto en el magnífico Palau de la Música y Congresos de Valencia (de 1987, proyecto de José María Paredes, acústica excelente). El programa, con la tercera de Mahler, fue patrocinado por la empresa Cegás, que acababa de firmar un convenio con el Palau para financiar conciertos a cambio de la cesión de algunas de sus salas para actividades culturales propias.
Esta noticia fue recibida con satisfacción, por lo que supone como forma de colaboración entre la administración pública y la sociedad civil. Sin embargo, también provocó cierto descontento, por lo menos en algunos trabajadores sin convenio de la mencionada empresa que organizaron una pitada a la entrada del Palau, justo antes del comienzo del concierto.
Ese mismo viernes también me quedé bastante sorprendida cuando, al disponerme a ir al Palau – después de finalizar la sesión del curso sobre Historiografía Musical, organizado por el Instituto de la Música Valenciana, que fue el motivo de mi viaje a Valencia –, varios participantes, cuando les pregunté si no iban al concierto, me respondieron quejándose con cierta ironía de la dificultad que hay en conseguir entradas.
Todavía, después del concierto y durante el sábado, otros valencianos con los que tuve el placer de conversar me hablaron en términos bastante duros acerca del nuevo Palau de les Arts, según ellos, un proyecto infundamentado y autista, que hipotecará la comunidad durante décadas.
El domingo, en el avión de regreso de Valencia, leí en Le Monde de la Musique
Hoy, para enmarañar las cosas, Mundo Clásico se hace eco de una manifestación ante las puertas del Auditorio de Tenerife, protagonizada por cerca de un millar de damnificados por los efectos de la tormenta tropical Delta (que ha dejado sin electricidad a las Islas Canarias durante varios días). Los manifesantes protestaron por su “opulenta” iluminación el pasado sábado, día en que fue inaugurado el órgano del coliseo.