El Servicio de Música de la Fundación Gulbenkian ha tenido la estupenda puntería de programar para el próximo 16 de marzo - el día de mi cumpleaños: excelente regalo - el primero de los dos conciertos que el Cuarteto Talich, uno de mis preferidos, dedicará a los cuartetos de Félix Mendelssohn-Bartholdy. Por si esto fuera poco, el pasado lunes, en el Auditorio Nacional de Madrid, Lang Lang y la Orquesta de la Gewandhaus, bajo la batuta de Riccardo Chailly, se realizó uno de los conciertos Ibermúsica, enteramente dedicado a la música del compositor. El día en el que se conmemoraba el segundo centenario de su nacimiento estaba demasiado entretenida en la universidad con los exámenes de febrero, así que, a mi pesar, lo dejé pasar. Me parece que estos dos conciertos son un buen pretexto para señalarlo ahora aquí en el blog.
Habría muchas cosas que escribir a propósito de Mendelssohn, que es, sin duda, uno de los uno de los creadores más impresionantes de toda la cultura occidental. Una de ellas se relaciona directamente con la forma como el antisemitismo condicionó la recepción de su figura y su música. Escribí hace unas semanas unas notas de programa para el ciclo O nazismo e a cultura, organizado por el CCB en Lisboa, que me obligaron a recordarlo de nuevo. Como cuento en esas notas, en los escritos de Wagner – especialmente en el artículo “El judaísmo en la música” (se puede leer en inglés aquí), publicado en Leipzig, "la" ciudad de Mendelssohn, en 1850 – encontraron inspiración numerosos y notables antisemitas, que formaron una terrorífica fraternidad que se prolongó, como es bien conocido, hasta Hitler. N0 en vano, este último llegó a afirmar que, para quien pretendiese entender la Alemania nazi debería entender a Wagner. Los temas desarrollados en ese ensayo se relacionan directamente con el eje de lo que, años después, constituyó la ideología nazi. Lo podéis comprobar por vosotros mismos leyéndolo. Wagner afirma cosas como que los judíos ensucian el arte porque sólo son capaces de pensar comercial y monetariamente. Para él, eran meros imitadores de la cultura de las naciones donde se instalaban: su inferioridad racial les impedía la creación de cualquier aportación original. En suma, sólo la muerte de la verdadera cultura alemana era lo que había permitido que algunos fingidores como Mendelssohn o Heine se hubiesen introducido en el medio artístico, tal como los gusanos nacen en los cadáveres. La música producida por el judaísmo, seguía Wagner, sólo podría ser indiferente, fría, inestable, ridícula...
Mendelssohn fue particularmente perseguido por el régimen nazi. Éste pretendió, simplemente, borrarlo de la historia y de la memoria colectiva. Por ejemplo, su estatua, erigida en 1892 frente a la Gewandhaus de Leipzig, fue retirada y destruida y la calle que le era dedicada fue renombrada con el de otro compositor, ése sí, querido por el mismo régimen: Anton Bruckner. Sin embargo, el prejuicio en relación con sus orígenes ya venía de su época. Nacido en el seno de una de las familias alemanas más distinguidas, en la que encontramos banqueros y filósofos, pertenecía a una minoría que sufría restricciones legales en el ejercicio de los derechos de ciudadanía. Esto ocurrría a pesar del capital financiero y simbólico que su familia, respetada por ello, acumulaba. Sus padres lo bautizaron, tal como a sus tres hermanos, en la iglesa luterana y toda la familia acabó convirtiéndose. Mendelssohn (Mendelssohn-Bartholdy a partir de su conversión) fue un cristiano converso y sincero que nunca renunció al legado cultural dejado por sus antepasados. De hecho, la recepción de su figura y de su música estuvo constantemente condicionada por la desconfianza generalizada frente a estas conversiones. Hay documentos privados de Carl Friedrich Zelter, su profesor, o por Robert Schumann en los que se muestra que ambos ponían en duda que un judío pudiera llegar a convertirse alguna vez en un "verdadero" artista. Referí esto en otras notas, escritas a propósito del Elias que se interpretó en el Gran Auditorio de la Fundación Gulbenkian en diciembre pasado.
Lo que se me ocurre preguntar - y, evidentemente, no hay nada original en la pregunta - es hasta qué punto esa leyenda no contribuyó a desdibujar todavía más los contornos poco definidos que, todavía hoy, tiene la figura del "burgués" Mendelssohn. Se trata de una leyenda negra, antisemita, apoyada por Wagner y ampliada por una corriente racista, pseudocientífica y pseudointelectual, que llegó a su paroxismo con el régimen nazi. Así vistas las cosas, parece que vale especialmente la pena aprovechar el centenario de su nacimiento para escuchar y conocer, de primera mano, sus obras capitales.