7/19/2007

¿Por qué le llaman gusto, cuando quieren decir moral?

Estaba todavía en Santander cuando leí, en el ABC, la noticia de que cincuenta abonados del Teatro Real habían enviado una carta a los patrocinadores y benefactores del coliseo madrileño protestando por las puestas en escena que “hieren la sensibilidad del público”, particularmente las concebidas por Calixto Bieito y Carlos Amat, respectivamente, para Wozzeck, de Berg, y El viaje a Simorgh, de Sánchez Verdú.

Así, sobre la puesta en escena de Bieito, afirman


que «denigra de forma explícita a la mujer mediante la doble violación de su supuesto cadáver», y se «insulta a la dignidad humana» mediante la retirada, en fase de ahogo terminal, de la mascarilla que da vida a un niño, ayudándole a morir.
Y, a propósito de El Viaje a Simorgh, siempre según el ABC, los firmantes de la carta destacan


«la pornografía que «orienta al progreso» la sensibilidad del público, con sexo explícito entre dos hombres». También se refieren a la «degradación y ridiculización de forma vil e inaceptable de algunos personajes de la Iglesia». Lo que constituye, en opinión de los firmantes, «una clara lesión a los derechos y valores humanos que todos debemos preservar».

Me encanta la expresión “pornografía que orienta al progreso”. Se me pasó la semana pasada. He reparado en ella hoy, leyendo El País Digital, donde hay varias piezas que informan sobre el eco que la carta está teniendo en el medio operístico español.

Ni siquiera a pesar de que critiqué negativamente la puesta en escena de Bieito les voy a alabar el gusto. Mucho menos en lo que se refiere a la de Amat, que sí me gustó.

La carta, retrospectivamente, me ha confirmado la certeza que tuve en su momento de que las críticas que Sánchez Verdú padeció habían sido una respuesta a la valentía – o ingenuidad o inconsciencia, me da igual– de introducir en el Real una crítica tan clara a cualquier forma de fanatismo e intolerancia. Por ejemplo, cuando yo asistí, fueron bastantes las personas que se levantaron ostensivamente en una de las escenas más impresionantes de la obra, cuando se oye, amplificada y circulando amenazadora por la sala, la terrible frase “Dios está con nosotros”. Por eso, por esta reacción que interpreté, iluminada retrospectivamente a la luz del contenido de esta carta, de forma correcta, me sorprendió un poco que, en general, se pasase de puntillas por encima del desafío principal lanzado por Verdú que era, visto de otra forma, un elogio a la libertad individual, al viaje interior.

Curiosamente, esas mismas personas habían soportado ascéticamente la tal escena de pornografía orientada al progreso con la que se inicia la obra. Tal vez porque se sintieron aliviados al ver cómo la Muerte se llevaba a algunos de los pecadores reunidos en el prostíbulo donde se localiza. Lástima que no permanecieran en sus butacas hasta el final: supongo que se hubieran quedado satisfechos al comprobar que el personaje de la Muerte es el único que sobrevive.

En fin, que la cosa no pasaría de un chiste si la continuación de la carta no fuera ésta:
A continuación, solicitan a todos los patrocinadores y benefactores que «exijan» a la dirección del Real información completa sobre las representaciones para evitar a los abonados y aficionados «inserciones imprevistas que no enriquecen sino degradan la calidad de las obras y dejan en entredicho el buen nombre de su empresa».
Aunque no me entiendan mal. Estoy completamente de acuerdo con ellos, tal como lo estoy con Anna Russell: "you can do anything so long as you sing it...". La belleza de la (gran) ópera está ahí.