"Hoy parece que esté prohibido aburrirse". Nos lo dice Antoine Compagnon, pero, con alguna variante, yo se lo vengo repitiendo a mi hija desde que aprendió a decir "mamá, me aburro". "Pues abúrrete, bonita," - le digo - "está muy bien eso de aburrirse". Lo que me apena, y ésta es la verdadera razón de este post, es que EL PAÍS haya desperdiciado la oportunidad de entrevistar comme il faut a una figura de su talla intelectual - Compagnon pasó por Madrid, para dar una conferencia - y se sirva de ella como ariete en su crepuscular cruzada contra la Red.
El artículo nos cuenta que el futuro de los suplementos culturales y de los críticos "está en el aire": las recensiones en periódicos no venden. Ya lo sabíamos. Y también sabíamos que "Internet se ha convertido en el salón literario del siglo XXI". Ahora, en este contexto, si me alertan contra el peligro de que "en la Red existen posiciones dominantes y jugadores que tienen mejores cartas que otros", lanzando la cortina de humo del contubernio internáutico, lo que quiero es que me comenten a continuación algo sobre la forma como se establecen las reglas del poder en los medios tradicionales, dependientes del papel. No me parece que la situación sea muy diferente... Sabemos que la situación no es diferente.
Lo cierto es que, por mi parte, yo tengo abierto este saloncito musical hace ya algunos años y les aseguro que, sin tener ningún as en la manga, el buscador de Google me trata bastante bien.
Aspiro, claro, a ser Guermantes, pero ser princesa está difícil, así que me divierto haciendo de Madame Verdurin (a quien, por cierto, no le gustaban los aburridos).