3/22/2009

Una musicóloga en Nueva York

Haber coincidido con la residencia primaveral de la Orquesta Sinfónica de Chicago y Pierre Boulez en el Carnegie Hall es una de las cosas que contaré a mis nietos. Si nos fiamos de Gramophone, la de Chicago es la mejor orquesta americana. Hacer distinciones en una lista en la que se encuentran las orquestas de Cleveland o LA, por ejemplo, además de varias europeas, empezando por las del Concertgebouw de Amsterdam y las Filarmónicas de Berlín y Viena, es un ejercicio bizantino, desde luego. No obstante, puede servir como punto de referencia. En el concierto al que asistí, se escucharon obras de Stravinsky (Sinfonía en tres movimientos y Cuatro estudios), Carter (Reflexions) y Varèse (Ionisation, Amériques). Fue asombroso el equilibrio entre control formal y requinte sonoro conseguido por Boulez y los músicos de esa orquesta. Y no sé cuándo volveré a apreciar unos metales como ésos: incisivos, aterciopelados, cálidos, siempre precisos.

También tuve la oportunidad de escuchar la orquesta del Met, que ha sido igualmente distinguida por el Top 20 elaborado por la Gramophone. Me tocó Il Trovatore, la bizarrería ultrarromántica concebida por Verdi a partir de la obra de teatro homónima de Antonio García Gutiérrez. La Leonora de Sondra Radvanovsky y la dirección de Gianandrea Noseda estuvieron absolutamente fabulosos, aunque es difícil destacar a alguien en un reparto del que también formaban parte Marcelo Álvarez (sustituido en medio de la función por Philip Webb), Dmitri Hvorostovsky y Dolora Zajick. Nunca había escuchado a Sondra Radvanovsky en un teatro, donde su voz y su presencia escénica resultan todavía mejor que en cualquier reproducción. Qué voz riquísima, opulenta, qué fraseo controlado y expresivo... La crítica la ha elogiado unánimemente y con entusiasmo. Por mi parte, y a quien se pueda dar ese lujo, doy fe de que valdría la pena acercarse a Londres para escucharla.




Hubo, además, dos sorpresas. La primera fue la violinista Kristin Lee, de la que es muy probable que acaben llegando noticias, más tarde o más temprano. Y la segunda, escuchar un motete de Gesualdo durante la solemne misa celebrada en la Iglesia de la Santa Virgen María, muy cerca de Times Square. Hasta para asistir a una misa como Dios manda hace falta irse allí.

Me pasé los cuatro días tarareando New York, New York, it's a wonderful town! y, a diferencia del turista español que satiriza Mecano en Me marcho a Nueva York, les aseguro que ni me acordé de Madrid. Bueno, no fue así exactamente. Me acordé en el Carnegie Hall, durante el cuarto estudio de Stravinsky, en el que el compositor evoca el paisaje sonoro que conoció en la capital durante las "noitadas" de su visita en 1916. Y confieso que, anticipando la semana que voy a pasar a partir de mañana en la Biblioteca Nacional (entretenida, precisamente, con la recepción de Stravinsky en la prensa madrileña), no me pude resistir. En Columbus Circle lo tuve que decir: "Si en Madrid tenemos uno igualito..."

No fui con una botella de Fundador, sino con un tawny de 40 años para celebrar mi cumpleaños, así que las cosas sólo podían salir bien. Y salieron, sin duda.