8/01/2005

Karita

Posted by Picasa

Mi comentario para Mundo Clásico salió hace un mes y vi el espectáculo hace dos, pero, francamente, la sensanción de encantamiento dura hasta hoy. Me parece que mi vecino en la blogosfera, il dissoluto punito, me entenderá.

El toque Lubitsch

Supongo que, aunque cada cual ha de tener sus propias razones para querer vivir en París, una de las que compartirán los lectores de Mundoclásico.com es la programación operística del Théâtre du Châtelet. La temporada 2004/5 todavía no ha acabado: está actualmente en cartel Medea, de Cherubini, y, el próximo 1 de julio, se estrenará un nuevo montaje de La Rondine, de Puccini, coproducción del teatro parisiense con Convent Garden que será protagonizada por Angela Gheorghiu. Pero es que, al echar un vistazo a la próxima temporada operística, lo que entra es un deseo irrefrenable de mudarse allí.

Y, si no, vean: un Anillo completo; Boris Godunov e Il Viaggio a Reims bajo la batuta de Gergiev; Franz Welter-Möst dirigiendo Fierabrás, de Schubert; y, en versión de concierto, Tamerlano y Alcina, de Handel, dirigidas por Christophe Rousset; El castillo de Barba Azul en la versión de Boulez; la reposición de L’amour de loin, de Saariaho...

De presencia habitual en el Châtelet, Karita Mattila regresa a ese teatro la próxima temporada para meterse una vez más en la piel de 'Leonora'. Me imagino que lo hará con placer, porque su última aparición en ese escenario – el pasado día 28 como Arabella, la cual, en realidad, el objeto de esta crítica – tuvo una recepción entusiasmada por parte del público. Sabiendo previamente de qué se trataba, porque el montaje era una reposición de 2002 y con un reparto de antología, la sala llenó.

De hecho, la puesta en escena de Peter Mussbach y la interpretación de Mattila (Arabella), Thomas Hampson (Mandryka) y , Barbara Bonney (Zdenka) fueron reseñadas en su momento en las páginas de Mundoclásico.com. No obstante, al leer esas críticas y compararlas con las que todavía se encuentran en la net de las sus sucesivas reposiciones de este montaje, es sorprendente descubrir que todavía es posible escribir nuevas cosas a su respecto. Mussbach sitúa la acción en un hotel art déco que funciona como referente de todo el siglo XX y de cualquier espacio urbano de tránsito: el vestíbulo de un gran hotel, claro está, pero también un centro comercial, un aeropuerto, una macrodiscoteca, unos grandes almacenes, un metro... Las referencias son explicitadas con numerosas fotografías en blanco y negro que se incluyen en el magnífico libro de sala, donde encontramos el metro londinense en los años 30 al lado de un centro comercial de los años 90...

Por eso, además, no parece descabellado que este montaje haga recordar también el cine de los años 30 en el que aparecen elementos típicos del referido estilo decorativo. Pensemos, como ejemplo, en algunas películas de Lang y Lubitsch o en los aparatosos musicales americanos de la época de la gran depresión. La referencia específica a Lubitsch en el título de esta crónica (que, en realidad, debería haber sido “Soy fan de Mattila”...) no significa, sin embargo, que ese realizador aparezca como una referencia inequívoca en la puesta en escena de Mussbach. No obstante, aquí también vemos puertas que se abren y se cierran, así como los pasillos y escaleras que tanto apreciaba el director alemán. Además, y sobre todo, lo que encontramos es la misma capacidad de transgredir lo que, en superficie, parece una dulzona comedia, con un toque de perversidad que, sin embargo, no deja de ser amable y cínica a la vez: parafraseando a Hofmannsthal, el talento para hacernos ver “las cosas como son”. Por supuesto, Mussbach juega con lo que Hofmannsthal y Strauss le ponen en bandeja, pero, tratándose de una puesta en escena, su aprovechamiento es un mérito que hay que tener en cuenta.

El segundo acto, por ejemplo, comienza con un momento, como se dice habitualmente, de película. Abre con el primer encuentro de Arabella y Mandryka en escena, ambos en la parte superior del decorado, pero separados por el “abismo” de una escalera. La música de Strauss, por supuesto, más la presencia de Karita Mattila y de Thomas Hampson sumada a una iluminación ejemplar provocaron la admirada respuesta del público, que no consiguió reprimir un oh encantado. La tensión entre identificación y distanciamiento se subraya sin embargo después, en el mismo acto, con la presencia de Milli, del coro y de figurantes vestidos alla hip-hop en la fiesta donde Arabella se despide de su juventud (y de sus pretendientes) antes de lanzarse al serio matrimonio con el no menos serio e imponente Mandryka. Por supuesto, otro de los méritos de Mussbach está en su impecable dirección de actores, como se podrá comprobar en el DVD (con el montaje de 2002), cuyo lanzamiento está previsto para breve.

Vocal y dramáticamente, la representación tuvo un nivel absolutamente excepcional. No tuve la mala suerte de quienes, en representaciones anteriores, tuvieron que conformarse viendo a Barbara Bonney “doblada” por otra cantante debido a un resfriado. Así que disfruté del trío protagonista, inmejorable como era de esperar, y del resto de los cantantes, a propósito de cuya actuación sólo se podrían escribir elogios. El placer fue, de resto, compartido por todos los presentes que acabaron aplaudiendo y ovacionando en pie al final de la representación. Infelizmente, la indisposición de Christoph von Dohnányi sí me privó de disfrutar en vivo de la dirección de uno de los más reputados especialistas actuales de la música de Strauss. Fue sustituido a última hora por Günter Neuhold, que cumplió con dignidad la espinosa tarea al frente de una orquesta maravillosa, la Philharmonia Orchestra, que suena siempre bien (sospecho que incluso independientemente de quien la dirija).

27.06.2005