La mejor manera de apaciguar los nervios es entregarse a una tarea colosal. Se me ocurre como ejemplo archivar los ficheros del ordenador. En mi caso, ése es un proyecto siempre pendiente: por lo visto, todavía no me he acercado lo suficiente al borde del ataque... de nervios. Hoy, sin embargo, me ha dado por empezar a organizar las notas de programa que, desde hace años, tengo dispersas entre tres ordenadores, un disco duro y dos lápices USB. En plena faena, me he acordado de unas que hice en 2002 para el São Carlos, acerca de la adaptación del drama El Trovador, de García Gutiérrez, para Il Trovatore, de Giuseppe Verdi y Salvatore Cammarano.
No las he encontrado, por su puesto, pero, relacionándolas con un artículo que Gabriela Gomes da Cruz publicó en el volumen de la Revista Portuguesa de Musicologia en 2000 y que he tenido que consultar este fin de semana por otras razones, me dio por pensar de nuevo en el personaje del Conde di Luna. En dicho artículo, Gabriela refiere la pasión por los barítonos nacida en la segunda mitad del siglo XIX en el contexto de la recepción de L'Africaine, de Meyerbeer, en Lisboa. La referencia bibliográfica sobre el tema es The Verdi Baritone, de Geoffrey Edwards y Ryan Edwards.
A mí me caen fatal tanto Leonora como Manrico: la primera es una niña pija y el segundo, un inconsciente. De forma natural, mis simpatías van hacia ese barítono despreciado y esclavo de las obligaciones de su clase. Ahora, es cierto que Verdi y Cammarano presentan una versión del personaje que se aleja de la original. En la pieza de García Gutiérrez, el Conde de Luna es un ejemplo perfecto del execrable perseguidor de doncellas indefensas, típico del teatro sentimental. Un malo malísimo sin fisuras.
Y quien habla del Conde di Luna, habla de Ettore Bastianini. Aunque, viendo y escuchando lo que tenemos disponible en youtube, Robert Merrill y Giorgio Zancanaro no se quedan atrás.