En 1886, Friedrich Nietzsche se refirió a la música alemana reciente en los siguientes términos: es “la mayor corruptora de los nervios, doblemente peligrosa para una nación perdida por la bebida y que honra la oscuridad como si fuera una virtud”. Más o menos a partir de esa fecha, se generalizó en la crítica musical germana la idea de que la nueva música tenía un poder especial sobre los nervios, reconociendo la capacidad que tenía de narcotizarlos e intoxicarlos.
El crítico conservador y nacionalista alemán Walter Niemann, describió, en 1913, así esta nueva situación: “La música ha pasado a ser, de heraldo de la vida espiritual humana a través de ideas musicales significativas y originales, de la expresión sin mediaciones de nuestro corazón y de nuestras emociones, el instrumento tímbrico más sensible de nuestros nervios y de nuestros estados de ánimo. La música ha dejado de vehicular sentimientos y asuntos poéticos, pictóricos, psicológicos y filosóficos para transformarse en un arte de nervios, emociones y timbre, definida externamente.” La asociación entre la idea de sonoridad y la excitación nerviosa que producía fue uno de los tópicos que se sucedieron en la crítica, acompañando el proceso de emancipación del timbre en el ámbito de la composición.
Otra cita, ésta retirada de un estudio del influyente musicólogo Carl Dahlhaus dedicado a la música del siglo XIX, resume claramente este proceso, definidor de la música del cambio de siglo: “se libertó el color de su función subordinada de mero clarificador de la melodía, del ritmo, de la armonía y del contrapunto de una pieza, y se le dio una razón estética de ser y un significado por sí mismo."
La música de Wagner y su recepción determinaron en gran medida este camino. El fragmento de Nietzsche, corresponde a la fase en que éste ya se había liberado del dominio del hechicero Wagner y puede ser entendido como una especie de síntoma de curación. Como contraste, podemos recordar el célebre ensayo publicado en 1861 por Baudelaire a propósito de Tannhäuser, cuyas “rêveries” musicales son comparadas a los falsos paraísos creados por el consumo de opio.
En su escrito, Baudelaire subraya la “intensidad nerviosa, la violencia en la pasión y la voluntad” de la música del compositor alemán, afirmando que, a través de esa pasión, “comprende todo y hace que todo se comprenda. Todo aquello que implican las palabras voluntad, deseo, concentración, intensidad nerviosa, explosión se siente y se adivina en sus obras.” El poeta parte de una idea de arte peculiar: “En materia de arte, confieso que no detesto el exceso; la moderación nunca me pareció síntoma de una naturaleza artística vigorosa. Amo los excesos de salud, esos desbordamientos de la voluntad que se inscriben en las obras, tal como el asfalto inflamado en el suelo de un volcán, y que, en la vida cotidiana, marcan a menudo la fase, plena de delicias, que sucede a una gran crisis moral o física.”