3/24/2007

Vámonos a Simorgh



Conocí la semana pasada al último compositor de mi vida. Se trata de José María Sánchez Verdú, a quien tuve el placer de entrevistar con el pretexto del próximo estreno de su ópera El Viaje a Simorgh. Basada en el libro Las Virtudes del Pájaro Solitario, de Juan Goytisolo, es un encargo del Real.

El caso es que, cuando fue el "caso Azúa" (que tuvo algún eco en este blog), no fui demasiado simpática con su intervención. O mejor, me pareció tan importante que Azúa escribiese lo que escribió, que lamenté que Sánchez Verdú se colocase en el lado equivocado, por muy aceptables que pudiesen ser los argumentos. Lo curioso es que, cuando le hice la entrevista, no me acordaba, ni de aquella polémica, ni de que él hubiera participado en ella: dos años son una eternidad, como se sabe.

En retrospectiva, me da la impresión de que, al final, estaban hablando de lo mismo. Al menos en la medida en que Sánchez Verdú está muy lejos de la figura del compositor ensimismado y visionario que asociamos a la figura de Schoenberg y a la "vanguardia" en general. De hecho, una de las cosas que más sorprendieron es la capacidad que el compositor español tiene para absorber y reelaborar materiales. Todavía, su concepción del sonido como una especie de material fisiológico que "moldea" con manos de artesano está alejada de los métodos más aritméticos, pase la expresión, que tienen su origen en el dodecafonismo.

Sánchez Verdú me parece, como digo, uno de los compositores del presente que trabaja de forma más sensible el sonido, asociándolo con experiencias sinestésicas que incluyen luz, colores y también sabores y aromas. Lo confirmo porque me pasó una cosa rarísima en la T1 de Barajas - uno de los sitios más feos de España - leyendo y escuchando la partitura de Gramma o Jardines de la Escritura, la ópera que hizo antes de El Viaje a Simorgh. Yo, que hasta he llegado a ridicularizar a los admiradores de Scriabin porque decían que veían luces cuando escuchaban su música... - me vi envuelta en aromas de flores escuchando uno de los números ("Jardín de Adonis"). Y no, graciosillos, os aseguro que confundí el olor de ningún pincho de tortilla con el del jazmín...

Sánchez Verdú me contó después que la puesta en escena integra a los espectadores en el espectáculo y me dejó con ganas irme a Venecia, si se confirma allí la reposición de la obra. Con sus palabras:

El público esta situado debajo de la orquesta, a dos metros, y interactúa con la obra. Cada oyente se sienta en un pupitre, en el que se encuentra un libro: la escenografía está en sus páginas y, por lo tanto, también acaba por surgir en la imaginación del público. Éste no ve en ningún momento ni a los cantantes, ni a la orquesta. La obra es una reflexión sobre la escritura, de ahí la importancia dramatúrgica de ese libro. En él se encuentran fijados dibujos, textos, comentarios, palimpsestos, laberintos… Al final se encuentra un CD, que es otra forma de escritura, con el resultado sonoro de la obra fijado en un soporte de nuestra época.

También puede ser leída esta excelente crítica, que describe la experiencia del público.

Además, fascinado por las posibilidades de la intertextualidad, Sánchez Verdú crea en sus obras diálogos, no sólo con la historia de la música occidental, sino con todo tipo de manifestaciones artísticas y culturales del presente y pasado. En su concepción de la composición parte del modelo de la arquitectura, pero, para él, lo más importante es que es que sus composiciones “respiren” como si fueran seres humanos. Defiende que, aún siendo una forma de conocimiento, la música debe ser concebida para ser sentida...

La entrevista saldrá en la revista Audio Clásica, ahora renovada, el próximo mes de mayo.