Uno de mis mejores alumnos, que tiene últimamente bastante abandonado su blog (espero encontrarme entre los culpables de ello), ha sido también el autor de algunas de los mensajes más divertidos y clarividentes que he leído este curso.
En el tema sobre música y tecnología, por ejemplo, les propuse como audición Kontakte. Cuando hubo quien confesó en el foro de la asignatura de Historia de la Música del siglo XX que no había conseguido escuchar la pieza hasta el final, él respondió que le parecía incomprensible: al final, todo es una cuestión de escala. 35 minutos. Es lo que dura Kontakte, o sea, lo mismo que una misa. Todos hemos conseguido oír alguna entera en nuestra vida. Incluso, nos recordaba, hay personas que han llegado a resistir discursos enteros de Fidel Castro.
(Me acordé de él escuchando hace dias una octava de Bruckner que me hizo desear estar en La Habana. Bruckner es mi Brahms particular.)
En el programa, después de los europeos, llegan los americanos, con un especial énfasis en la figura de John Cage. En el tema correspondiente, se refiere que las risas de la audiencia de un happening también forman parte del espectáculo y del resultado sonoro del mismo. Otro de mis alumnos no acabó de entenderlo bien, así que, como una imagen vale por mil palabras, se lo expliqué con esto:
(Que va también para Paulo.)
Manuel, ése es su nombre, comentó que nunca se podría imaginar a Pierre Boulez o, incluso, a Stockhausen en una circunstancia parecida, porque en la sociedad europea los roles de cada uno están preestablecidos, hasta el punto de que algunos los pretenden heredar.
Después de mostrar el vídeo, he convertido a unos cuantos a la causa cageana, de la que, francamente, nunca me he considerado particularmente devota. No obstante, la mezcla de inocencia e ironía, la genialidad, me apetece escribir, que, en esas imágenes, se atisban en el rostro de John Cage no pueden dejar a nadie indiferente.