4/18/2007

Noche de abril (según Gimferrer)

La mente en blanco, con claridad celeste
de alto zodíaco encendido: cúpula vacía,
azul y compacta, forma transparente
al abrigo de una forma. Así vuelvo a encontrarme
buscando esta calle. Ni está, ni estaba:
ahora existe, en levitación,
porque la mente la inventa. Asedio adusto,
pleito de lo visible y lo invisible: llama
y consumación. Contornos, inmóvil
piedra que cristaliza. Esta noche,
tormento de los ojos, tormento que una palabra designa,
sin decirlo del todo, como el reflejo
de una perla en tinieblas. Ahora los dedos
arden con la claridad de una palabra. ¿El sol?
El nocturno cuerpo solar, hecho pedazos, rueda
cielo abajo, piel abajo. Ni el tacto sabe
detener la caída. Incendiado
y poderoso. Riegan, de madrugada,
las calles, y un silencio nulo de cláxons,
en los pasajes húmedos, abre un imperio
donde a la piel responde la piel, y el nudo
se hace y deshace. Las teas de Orión
ven los cuerpos enlazados. Astral
escenario de profundos cortinajes
sobre el resplandor sonoro. Dices
sólo una palabra, la palabra del tacto, el sol
que ahora tomo en mis manos, el sol hecho palabra,
tacto de la palabra. Y las estrellas, táctiles,
invioladas, carro que al deslizarse
al fondo de un vidrio vago se refleja
en tu lujo, claridad de espalda y nalgas,
el globo detenido, ígneo: el reverso
oculta el trueno oscuro del monte de Venus. Brillan
dos tinieblas cuando el firmamento
mueve galeras y remos, y ahora escucho
el oleaje, el chapoteo de los pechos y el vientre,
copiados por la noche. La estancia cósmica
es la estancia del cuerpo, y la blancura
no confunde nubes altas y verde de espuma:
todo lo delega, la reenvía todo. Tiemblan,
esperando recibir un nombre, las criaturas
de la oscuridad, el dibujo de las tenazas
de los dos cuerpos, tapiz del cielo, horóscopo
giratorio. ¿Un sentido? Todo, ahora, es doble:
las palabras y los seres y la oscuridad.
Pero, escucha: muy lejos, desde esquinas
y faroles nocturnos, vacíos de murmullos,
negativo ignorado de magnesio,
vengo, mi rostro viene, y ahora este rostro
vuelve a ser el rostro mío, como si con un molde
me rehicieran los ojos, los labios, todo,
en el arduo encuentro de este otro, un trazo
dibujado al carbón, que no conozco, que toma
posesión del hielo, que me funde y me biela.
Es éste el enemigo, el que yo siento,
irrisorio y soberbio, ojo o escorpión,
el nombre del animal, el antiguo dominio.
¿Lo reclama el amor? Cuando dientes y uñas
bordean el azulado coto de la piel,
cuando los miembros se aferran, la certeza
¿viene de un fondo más remoto? Curvados, se despeñan
los amantes, como las formas minerales,
rechazados por la noche que calcina el mundo.